miércoles, 9 de febrero de 2011

La teoría del chicle y más Cronopios


Cortázar decidió marchar a París. En 1951 llegó allí con una beca. Muchos no le perdonaron nunca ese abandono y su supuesto "afrancesamiento", basado entre otras cosas en el hecho físico de que tenía un problema para pronunciar las "erres" y que nada tenía que ver con que no  pudiera hablar un perfecto castellano lleno de giros porteños.  Pero nuestro Julio   tenía sus razones, bastante políticas. No voy a entrar en el tema, pues es largo e intrincado el camino y hasta doloroso, sólo diré que no se sentía cómodo en medio del peronismo. Y como a muchos latinoamericanos en esos tiempos, París lo atraía como la luz a las polillas.


Al llegar le escribe a su amigo Eduardo acerca de la teoría del chicle, dice primero que ha leído en algún sitio que "los que se van dejan de ser interesantes" y definitivamente eso le duele, pues sabe que es verdad. Pero también le comenta que al irse, él siempre seguirá pegado a Buenos Aires como un chicle que se estira y estira sin poder jamás dejar de estar y con el dolor que eso conlleva. Si alguien ha vivido lejos de su terruño, podrá entenderlo.   Andrés Neuman en cambio  apunta a que sólo aquellos que sienten la patria en el sitio en que están son los únicos verdaderamente libres, nunca sabremos si Julio llegó a sentir esa libertad, creo que siempre permaneció atado a Banfield, al Bajo o a los cines de la Calle Lavalle por medio de ese chicle que nunca pudo cortar.


Llega entonces Louis Amstrong a tocar a París el 9 noviembre de 1952, Cortázar no puede más de felicidad, por fin podrá escuchar a su ídolo desde hace veintidós años. Los Cronopios ya habían cumplido un ciclo, aunque aún no habían sido publicados y hasta Aurora y amigos muy cercanos los había lapidado por fáciles y moralizantes, Cortázar se excusaba diciendo que los Cronopios habían sido escritos desde la alegría, cosa que raramente volvería a encontrarse en su narrativa. Pero Amstrong fue un último vuelo cronopial, al nombrarlo Enormísimo Cronopio y al redactar su personal visión de la presentación del jazzista, al día siguiente al concierto escribió un artículo que primero fue publicado en la revista Buenos Aires Literaria y posteriormente en "La Vuelta al Día en Ochenta Mundos" (Ed. Siglo XXI, vol 2, pág 13, 2009).


(Esta nota está basada en "Cartas a los Jonquières" y "La Vuelta al Día en Ochenta Mundos).

martes, 18 de enero de 2011

Cronopios me rondan


A veces termino un libro y dejo pasar un tiempo antes de seguir con el próximo, y muchas veces tengo dos o tres que voy leyendo a la vez, una costumbre de tiempos de facultad, cuando no quedaba más que leer tres o cuatro libros por semana, cosa que no habría sucedido si hubiese estudiado matemáticas o química, pero como opté por la Historia, la lectura se hizo obligatoria, por supuesto que aprendí a "leer" con sólo el título, el prólogo y la última página.  Pero eso no era "leer".

¡Qué bueno es ahora leer! por el puro placer, regodeándome, repasando viejas hojas como si nunca las hubiera visto antes, y sé que no es la enfermedad del viejo alemán, sino simplemente la constatación de la debilidad de nuestra memoria, maravillosa ella, pero perversa también.

Todo esto para decir que ha caído en mis manos un pequeño tesoro para mi: las cartas que Julio Cortázar le escribiera a Eduardo Jonquières y su mujer durante más de treinta años (Alfaguara, 2010).  Si Cortázar no nos dejó  diarios para seguir su itinerario, estas cartas viene a reemplazar este vacío.  Recorremos en cada una de ellas un pedazo de su vida, y vamos recreando el nacimiento de grandes cuentos y personajes, así como de viajes y caminatas por  ciudades en que vivió o visitó.  Mientras leo las "Cartas" también voy releyendo Historias de Cronopios y Famas junto con Papeles Inesperados, para no perder mi vieja costumbre.

Estoy empezando las "Cartas" y redescubro con emoción y alegría que los Cronopios y yo tenemos la misma edad, mientras Julio ya caminaba por el Parque de Luxemburgo, yo asomaba a la vida en una perdida ciudad de la Patagonia.  Es probable que por esos años mi Cronopio favorito haya tenido más o menos el aspecto de la fotografía. Luego se dejó barba y se puso más serio, prefiero esta primera etapa, aquella de la inocencia completa (aunque nunca tanta), cuando apenas se anima a hablar de su gran amor por Aurora y su dulce manera de describir lo que siente no va más allá de decir que ahora las manos de ella duermen entre las de él.

Los Cronopios forman parte de mi vida desde hace demasiado tiempo y reconozco mi tendencia a etiquetar a la gente según su perfil de Cronopio o de Fama, muy pocas veces Esperanzas, que se desdibujan fácilmente. 

Un Cronopio es un ser de otro mundo, sin embargo me empeño en encontrarlos a cada paso, ¡y los encuentro!.  Un Cronopio nunca pierde la curiosidad, nunca se toma en serio, jamás apretará la pasta dental desde abajo, pintará las letras de colores y al caminar irá contando sus pasitos para inventar un juego de adivinanzas y buena suerte.  Si, tú que llegaste leyendo hasta aquí eres un CRONOPIO, ¡buenas Salenas Cronopio Cronopio!