jueves, 25 de junio de 2009

Mi Rayuela

Cada vez que me cambio de ciudad viaja conmigo mi Rayuela, mientras ordeno mis cosas y mi mente, me refugio en este libro. He tenido que comprar un nuevo ejemplar, por que éste apenas resiste la lectura, pero igual me empecino y vuelvo a repasar con cariño sus hojas, es un viejo compañero.   Ahora se me hace más cercana la Maga, con su pasado montevideano, no podía ser de otra manera.

En eso estaba,  cuando apenas había llegado a Santiago una querida amiga vino con la noticia inesperada de unos papeles que hoy recorro con curiosidad y hasta con un poco de miedo.  

Un escritor que admiro comentó largamente en el diario del domingo este nuevo ataque editorial de Aurora Bernárdez . Supongo que habrá mucho qué decir desde la lectura docta y crítica. Yo me remito a   mi doméstica visión y me declaro emocionada y hasta agradecida de Carles (que no  Carlos) y Aurora: la impresión de saber prologado un libro del Gitano Rodríguez sería suficiente para mí. Pude imaginar a esos dos enormes Cronopios acomodados en un café del Boul' Mich intentando descifrar los misterios de ese futuro que no alcanzaron a ver (y que nosotros tampoco).

Pero si además habla de París veinte años después y Roxi piensa en mí, ya siento que este libro tiene mucho sentido y si luego llegamos a Rayuela, siempre Rayuela, con una explicación que me estremece, aunque por ahí alguien dirá que está sobrando.  Ya todo queda perfectamente entretejido y bien valió ir pasando por la librería y verlo al libro allí sentadito en la vitrina, por que aunque mi amiga me lo había dicho , yo como que no podía creer tanta maravilla, otra vez Cortázar, nuevo, con páginas desconocidas, con Lucas y sus historias hilarantes y otras de Cronopios, que cómo iba uno a saber.  

Me tengo que ir, me esperan Calac y Polanco, si los dejo mucho rato solos Polanco se llevará más de un libro, ya saben, es su costumbre. Y el pobrecito de Calac estará indigestándose con el queso y las galletitas.


jueves, 11 de junio de 2009

Extranjera nuevamente


Me esperaban tantas cosas al volver:  No creo haber tenido la capacidad de absorber todo lo que aquí estaba latiendo, respirando, acechando en cada esquina de la vida que se agita, que no pide permiso, que se arriesga, que rasga vestiduras y se desnuda sin pudor en la plaza pública.

Mi país ha cambiado y  yo he cambiado.  Es necesario que lo diga. Ahora veremos como hacemos  él y yo  para convivir sin atropellarnos, sin llevarnos por delante, tolerando nuestras mutuas infidelidades, nuestros olvidos intencionales, nuestros silencios amargos y prolongados.

Camino en puntas de pie para no despertar sospechas, haciéndome la inocente tomo el bus que no conocía y me bajo en la parada recién inaugurada. Como un extranjero de visita  en un país lejano me subo al metro distraída, como si de verdad supiera dónde tengo que bajarme y miro de reojo el plano que está encima de la puerta para ubicarme tratando de que nadie sospeche mi ignorancia. 

Sé que estoy viviendo el mejor momento, la alegría del regreso no tiene explicación, quizás se resuma en llamar por teléfono a una amiga y quedar para el día siguiente como la cosa más normal del mundo. Los afectos se manifiestan a cada instante y no creo ser muy explícita a la hora de agradecerlos, estoy demasiado distraída tratando de recomponer el perdido mapa de la memoria. Y a pesar de todo,  debo decir que he vuelto a ser extranjera una vez más.