miércoles, 14 de mayo de 2008

Los colores del otoño

Mientras miro estos colores otoñales siento en mi interior los compases del "Otoño" de Vivaldi, él entendió la esencia de esta estación maravillosa, cuando el sol no termina de irse, las uvas han madurado y las viñas se llenan de actividad y alegría. Aquí en la ciudad los parques y plazas descansan del calor estival y nos regalan todavía con mucho color. Estos frutos me recuerdan los serbales patagónicos. No conozco su nombre.
Este será, probablemente mi último otoño en Montevideo. Si todo sale como planeado, en diez meses más estaré de vuelta en mi país. Recorro entonces la ciudad con avidez, no quiero perderme de nada, quiero grabar en mi retina cada detalle. Aquí abajo, la San Rita, o buganvilia.

Olvido a veces que los mejores recuerdos no precisan de pixeles, ni papel, ni tinta para fijarse en el corazón. Allí guardaré mis caminatas bajo los pinos: la "pinocha" ya ha caído y los niños vienen a buscarla para encender en invierno las estufas.



Las flores de mi ventana reciben agradecida la luz del sol otoñal.



Este arbolito "amarilló" y probablemente en un par de semanas tome un hermoso color cobrizo.






El gusto de caminar sobre las hojas secas no se me quitará nunca. Los empleados municipales hacen lo posible por impedírmelo, pero soy tenaz, siempre encuentro una plaza o una calle sin barrer.




Siento una mezcla increíble de sensaciones que, para aquellos que han vivido una vida de gitanos será fácil de reconocer: tristeza por lo que dejo atrás y alegría por lo que me espera allá al otro lado de esa Cordillera llena de sorpresas.

Todavía no es momento para despedidas, falta casi un año, pero un año pasa volando y éste quiero vivirlo a concho, disfrutando de cada regalo que me hace esta ciudad. Tengo todavía diez meses para recorrer la Rambla, irme en bici hasta la playa y nadar en ese río-mar, caminarme el Parque Rivera, el Prado o la Avenida 18 de Julio. Sentarme en la Plaza Cagancha a tomar un helado de la Cigale, disfrutar de una función del Teatro Solís o en la Sala Zitarrosa, recorrer la feria de Tristán Narvaja los domingos y hasta cumplir con la tarea pendiente de una tarde de fútbol en el Centenario, esperaré ansiosa el próximo febrero para no perderme los tablados y vibrar por última vez con el Carnaval.


Durante el resto del año les iré contando estos mis pasos que ya caminan hacia el esperado retorno al hogar.


domingo, 4 de mayo de 2008

CHAITÉN


Quellón al amanecer


El pueblo de Chaitén



El transbordador

Chaitén, si, Patagonia, volcanes, fiordos, lagos espectaculares. Pocas veces se llega por ahí. El trasbordador pasa tarde mal y nunca, antes había dos, ahora sólo queda uno. Lo hemos visto estos días en la tele apoyando en la triste tarea de desalojar un pueblo entero aterrado por los efectos de la erupción del volcán también llamado Chaitén. "Estamos acostumbrados", dijo un señor mientras proseguía su día como si nada extraordinario estuviera sucediendo a su alrededor: no piensa abandonar sus treinta y tantos años de esfuerzo en la zona por algo que según él, ya pasó. Otra señora se subía contenta al transbordador dejando todo atrás: amo la vida dijo, las cosas materiales las podré recuperar, la vida no. Dos visiones totalmente diferentes.

El caso es que he tenido que esperar unas horas a que se me soltara un poco el nudo en la garganta, no pude evitar la conmoción al ver a a los chateininos emigrar hacia la incertidumbre. Al otro lado del mar los esperaban con cariño, con café calentito y alguna frazada. Muchos abrieron sus casas a los albergados en liceos, muchos abrieron su corazón. Gracias a esos socorristas esforzados, a esos marinos y soldados, gracias a los Carabineros de Chile que no escatiman en darnos palos en la Alameda, pero también saben de solidaridad y de sacrificio, allí está su mejor cara.
(Las fotos de Chaitén son "gentileza" de mi hija Nati)